Mi regalo en el mar



Por Fernando Gorza

REÑACA.- El mar Pacífico es inmenso. No entra en una solo mirada y para recorrerlo hay que hacer un esfuerzo mayor pasando la vista de un lado al otro.

El Pacífico es magnético. De sus entrañas provienen ruidos, pájaros, peces, algas, gaviotas, lobos marinos, piedras y olas que rompen en su orilla.

Es atrapante ver tanta inmensidad junta en un sólo mar, tanta agua que recorre continentes tan lejanos.

Cuando me encuentro ante estos regalos de la naturaleza pienso en otro regalo, el de mi Fé.  Ese tesoro dado gratuitamente, sin miramientos. Un regalo que no reconoce límites y que puede crecer de forma exponencial en la medida que nostros queramos poniendo nuestra confianza, voluntad y esfuerzo al servicio de Dios que siempre nos perdona y nos quiere amar.

El mar siempre me lleva a mi Fé, me traslada en su inmensidad, me recorre en su silencio, me identifica. Pienso en esa mirada inmensa como este mar, en esa palmada fraternal de mi Dios que me alienta y acompaña; que camina por la orilla a la par.

La tarde comienza a caer y yo sigo sentado en la arena agradeciendo uno de los mejores regalos en silencio y en paz.

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