Paseo por Carlos Keen
La Manuquita está ubicada sobre un terreno de diez hectáreas con piscina y un parque de robles, eucaliptos, jazmines, casuarinas, paraísos y variadas plantas de cítricos. Los naranjos, pomelos y quinotos le dan color a la naturaleza verde del lugar y escoltan el casco de la estancia; una auténtica casa de campo que en todos sus espacios mantiene su estilo rústico y criollo.
Poli Pignataro, responsable de La Manuquita explica que “la idea es hacer sentir a la gente como en su casa. Queremos que se vayan con la sensación de haber vivido un fin de semana de hospitalidad criolla tanto en el trato como en las actividades y en las comidas que ofrecemos”. Las palabras de Pignataro se reflejan en la amabilidad de Gloria y Anyelen, madre e hija que trabajan en el orden de la casa y en las manos de José Luís, el cocinero que con un entusiasmo particular por la gastronomía invita a degustar sus platos.
Así es como José Luís despierta el apetito de quien visite La Manuquita. A la picada de queso, salame, aceitunas presentada sobre galleta tostada a la parrilla y escabeche de hongos; le siguen una entrada de riñoncitos de ternera cocinados a la menta y ciboulette que luego de unos minutos será precedida por el plato principal: un matambre arrollado cocinado a las brasas envuelto en morrón, cebollas, hojas de verdeo y queso roquefort. A fuego lento el queso se funde sobre la carne y llega a la mesa del salón principal.
Por el pueblo
La tarde es un buen momento para comenzar a recorrer Carlos Keen. Escuchar la historia del pueblo relatada por algunos de sus habitantes, conocer la vieja estación de tren y la iglesia San Carlos Borromeo son puntos obligados de la visita.
Noideé Sosa conoce como pocas la vida de este pueblo. Mientras recorre su jardín botánico e invita a oler los perfumes de la infinidad de flores y plantas que habitan el parque de su casa, cuenta que Carlos Keen nació en 1881 por una necesidad del ferrocarril de tener un lugar cercano a Luján para cargar agua en los tanques de los trenes.
“Carlos Keen creció a buen ritmo hasta 1935. Llegaron a pasar catorce trenes por día, tuvo hoteles, registro civil, tres clubes y cuatro almacenes de ramos generales. Comercialmente fue más importante que Luján hasta que en 1935 se cambió el trazado de la ruta a 10 kilómetros del pueblo. En 1970 pasó el último tren”, remata la mujer de ojos azules y mirada tranquila.
La historia de la que Noideé habla se puede observar desde la plaza del pueblo. A unos de sus costados se conserva el Museo Agrario a Cielo Abierto con más de veinte maquinas para arar campos y surcar caminos. En el medio se levanta la vieja estación con techo a dos aguas que sólo abre sus puertas los fines de semana cuando los artesanos de la zona ofrecen sus creaciones. Frente a ella aparecen los galpones donde se almacenaba la mercadería que llegaba con los trenes. Hoy reciclados, son un espacio para unir actividades culturales. Se pueden apreciar muestras de fotos y escuchar grupos de música.
Frente a la plaza se levanta la iglesia San Carlos Borromeo bendecida e inaugurada el 22 de abril de 1906. Su estilo es neo romántico y su fachada es de ladrillos a la vista en la que se distinguen el campanario y la puerta de madera tallada. Su interior, de piso de mosaico a dos colores, conserva la imagen del patrono que le da nombre.
La vuelta a La Manuquita promete el infaltable mate con pastelitos caseros. En ronda y junto al hogar a leña las primeras zambas se escapan de las cuerdas de la guitarra. La noche empieza a caer en Carlos Keen.
Fernando Gorza 20 de marzo de 2010
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